27/08/09
Madrugamos a las 6:00 y tras un buen desayuno a base de arrancar a bocaos la carne del tapir, salimos rumbo al río Ampiyacu, aunque no llegaríamos hoy, sino mañana, siempre y cuando, todo fuera bien.
Caminamos por una selva totalmente diferente a la anterior. Pantanales, charcas y riachuelos que ayer no existían se extendían a nuestro alrededor a causa de las lluvias que tuvieron lugar los días anteriores. Es alucinante caminar entre millones de plantas y con la mitad del cuerpo sumergido en aguas donde no te ves ni las piernas. Además, nuestra adrenalina estaba por las nubes, ya que en estas charcas suelen habitar las enormes Anacondas, como explicamos anteriormente.
Llegamos a un campamento pero éste no era el destino. Sólo paramos para protegernos de la fuerte lluvia que estaba cayendo. Los últimos exploradores que pasaron por aquí se dejaron unos miniplátanos a los que llamaban "píldoras". Por supuesto nos los comimos todos, y serían unos treinta, jajaja. Acabamos jartos de platanacos y eso que a los Mansilla les deban asco. Tony, encantado, porque siempre ha sido su fruta preferida.
Pasó la lluvia de repente, tal y como llegó, y seguimos caminando. Cruzamos un puente construido con palos muy finos y podridos, y claro, Tony los partió cayendo al agua que le cubría casi hasta los hombros, jajaja. ¡Joder!, estos puentes de mierda están hechos para enanos coñones, no para gente de 80 kilos + la mochila. Más tarde vimos monos saltando de árbol en árbol y gritando como locos, era el "huapo negro", un mono que no necesita de su cola para mantener el equilibrio sobre las ramas.
Llegamos a un campamento junto a una quebrada formada por las lluvias. El lugar era impresionante, nos dejó son habla. La naturaleza dominaba sobre cualquier pensamiento, sobre cualquier cosa; y si realmente existe un paraiso, lo teníamos ante nuestros ojos.
Tony se bañó, metiéndose lejos y sintiendo ese acojone por el hecho de saber que cualquier animalejo kabroncete pudiera comerle los huvecillos bajo esas oscuras aguas. Luego jugamos los cuatro al "golpe" sobre una plataforma de madera que tenían construida los nativos exploradores. Faltaba por subirse a ella Antonio y en cuanto puso su culo fino y huesudo en ella... ¡¡¡PA!!!,... se vino todo abajo,... a tomar por culo. Nosotros seguíamos sentados exáctamente en la misma posición, pero en el suelo, y descojonándonos. Y es que como véis,... por donde vamos los kostras, ¡ARRASAMOS!
Hervimos agua y jugamos otro "golpecito" ya casi a oscuras, momento en el que vinieron los mosquitos a comernos una noche más. Acabamos hasta el nabo de tanto picotazo así que una vez más, nos fuimos a las hamacas a sobar bien sobaos.
28/08/09
¿Qué pasa chavales? Bueno,... toca redactar el día más jodido y duro de toda nuestra aventura, aunque también fue el que más satisfacción nos aportó. Al despertar, desayunamos el poco tapir que nos quedaba y emprendimos la que sería nuestra última caminata por la selva. Nuestro destino final era llegar hasta el río Ampiyacu, y allí nos dirigimos. Con esta caminata, llegamos a patear un total de cien kilómetros a través de la jungla, que como ya hemos explicado, es mucho más difícil que hacerlo por un terreno normal. Hoy no nos costó mucho el camino porque nuestro cuerpo ya estaba muy aclimatado al calor y la humedad.
A medida que nos acercábamos al río Ampiyacu, pudimos percibir el gran cambio que se estaba dando en la selva. Se transformó radicalmente. Pasamos de una selva alta y bella, llena de color y sonidos, a otra muy diferente, la selva inhundada. Son zonas cercanas a un río ancho, el cual se desborda en época de lluvias (de diciembre a mayo), inhundando sus alrededores y arrasando con todo. Ahora nos encontrábamos en época seca, pudiendo observar los resquicios de esas inhundaciones. El suelo estaba poblado de helechos bajos y mucha hojarasca a modo de colchón (lugar idóneo donde las serpientes, como la susupi y la coral o coralillo, se esconden buscando la humedad y la frescura bajo las hojas), árboles bajos y ramas enmarañadas sin apenas colores vivos. La verdad es que es una selva mucho más fea, pero navegar con tu canoa en silencio en la época de lluvias cuando está todo inhundado, por donde estábamos caminando en este momento, debe ser espectacular.
Por fin llegamos al Ampiyacu, ancho y poderoso, muy caudaloso. Al verlo y sentir la brisa del río, desapareció todo síntoma de cansancio, dolor o hambre. Nuestros corazones rebosaban de satisfacción, descargando toda esa alegría en un grito de victoria atronador.
Desde allí, construiríamos una balsa y navegaríamos río abajo hasta Pevas, así que rápidamente nos pusimos manos a la obra. Comenzamos a talar árboles con los machetes. Despues de muchos y muchos machetazos conseguimos tirar abajo los cuatro o cinco árboles, pero los kabrones se quedaban como siempre a mitad de su caída, enganchándose en las fuertes lianas y en otros árboles más finos que tuvimos que talar más tarde para que los gordos terminasen de caer, pero aun así, caían un par de metros más pero seguían enganchados. Ya cansados de talar tras muchas horas, sin haber comido en todo el día y con las palmas de las manos llenas de yagas, nos sentamos a pensar. Al rato escuchamos el motor de un peke-peke en la lejanía que se acercaba. Eran nativos de un pueblo llamado Cuzco (como la ciudad grande) que venían a ver por qué sonaba tanto machetazo. Resulta que el territorio donde estábamos talando esos árboles era propiedad cuzqueña, así que, antes de que llegase a nuestra posición, nos escondimos detrás de unos árboles y esperamos a que pasara. Pero a los quince minutos volvío a pasar en dirección contraria y por lo tanto volvimos a escondernos. Ya nos estaban mosqueando.
En vez de seguir malgastando las fuerzas talando, decidimos ganar tiempo yendo los tres y Juan "pila alcalina" a una chacra (zona de cultivo indígena por la que pasamos durante la caminata) para coger unos troncos largos y secos. Llegamos, los cogimos y volvimos con ellos. Imaginad la dificultad de transportar un tronco de cinco metros a través de la selva (Juan llevaba uno, Tony otro y los Mansilla otro), que cada pocos centímetros hay un árbol con sus respectivas lianas enmarañadas. Todo esto después de estar unas tres horas talando árboles sin éxito.
Al llegar de nuevo a la zona donde más tarde colocaríamos las hamacas, Luis empezó a decir que se mareaba muchísimo, teníais que haberle visto la cara, estaba palidísimo, jajaja.
Con todo este tema de los peke-peke ya no seguimos talando. Anocheció y pusimos las hamacas en una zona más lejana del río. Estábamos haciendo un fuego, ya con los frontales puestos y encendidos, cuando de repente volvemos a oir al mismo peke-peke de antes, así que apagamos rapidamente el fuego y los frontales y esperamos. Nos dijo Ricardo que si hubieran visto que talamos árboles nos podrían haber metido un paquete enorme, y tal y cómo está la justicia peruana, vete tu a saber qué nos hubieran hecho, jeje. Antes de irnos a dormir hambrientos y cansadísimos, Juan se fue a la orilla del río donde vio por casualidad a un pez durmiendo plácidamente (pobre de él...). Le metió un machetazo que lo abrió por la mitad ¡menuda ostia!
Nos llevamos una alegría tremenda cuando le vimos llegar con un pez, o más bien, con un pececillo. No cenamos apenas porque era muy pequeño y no tocábamos a casi nada cada uno, pero como dice el dicho: "a caballo regalado, no le mires el diente", y eso hicimos. Comimos nuestra pequeñísima parte como fieras,... algo es algo. Después fuimos a intentar descansar algo, ya que mañana nos esperaría otro día durísimo (construyendo la balsa) si queríamos salir de la selva algún día. Estábamos deseando algo que sabíamos que un mes más tarde echaríamos muchísimo de menos... era curioso pensar en ello.
29/08/09
Abrimos los ojos ante un manto de vegetación, repleto de sonidos proveneintes de aves e insectos. Coincidimos los tres hablando del frío que pasamos esta noche. Lo achacamos a no haber cenado ni comido durante el día anterior. Cenar genera calor corporal para poder dormir mejor, pero al no cenar no contamos con ese calorcito que nos hubiera hecho pasar una noche totalmente diferente, descansando mucho mejor.
Así que nos despertamos cansados a las 6:30 y sin desayunar, cogimos los machetes con las manos llenas de heridas, y nos pusimos a trabajar en la construcción de la balsa.
Seguimos talando los árboles que ayer no quisieron caer y tras un rato acabaron cayendo. Una vez en el suelo había que trasladar los enormes troncos al río pero eran muy pesados para ello, así que cogimos la máquina del tiempo y nos fuimos hasta la época de las Pirámides de Egipto, lo que nos hizo recordar cómo transportaban los enormes bloques de piedra con la ayuda de palos que hicieran la función de ruedas. Y eso hicimos, pusimos unos palos más finos en disposición paralela para ir deslizando y empujando los troncos sobre ellos hasta llegar al río y echarlos al agua. Luego, ya en el agua, tuvimos que quitarle la corteza al más gordo, porque con ella, el tronco no flotaba y sin ella si, y mucho. De echo fue el tronco que verdaderamente hacía que la balsa flotase.
Después de estar todo este tiempo trabajando (unas tres horas), Juan llegó de repente con un racimo de plátanos, unos frutos extraños llamados "pifallo" (sabían a garbanzos) y caña de azúcar. Menuda empalmada cuando le vimos llegar con ellos, pues llevábamos más de un día sin comer y con la tralla que nos estábamos pegando a currar. Resulta que mientras talábamos, se fue temprano a caminar a través de la selva y a buen ritmo, hasta un pueblo a tomar por culo donde le regalaron toda esta fruta.
Con el tronco más grande, Tony se tuvo que meter debajo de él a bucear y levantarlo sobre la espalda para que Ricardo pudiera cortarlo por la mitad (porque era muy largo) y le quitase la corteza con la ayuda de Antonio. Mientras, Luis y Juan fueron a la chacra a por un par de troncos finos.
Una vez que ya estaban todos los troncos y palos juntos, los unimos amarrándolos con lianas, salvo uno, el más grueso y sin corteza, que metimos bajo la balsa para que ésta flotase más. Después buscamos tres palos más para ponerlos tombados encima de la balsa y los amarramos también. Su función sería la de elevar las mochilas para que no se mojasen.
Juan no iba a venir con nosotros en la balsa. El iría caminando a través de la selva hasta su pueblo en Nueva Esperanza. Ya nos encontraríamos con él en Pevas o en Pucaurquillo.
Estaba todo preparado para emprender el viaje más glorioso de nuestras vidas. Comenzamos a descender río abajo orgullosísimos con nuestra balsa kostra. Usábamos como remos cuatro palos pero sin pala, así que no avanzábamos una mierda, jajaja. En uno de esos palo-remos colocamos en uno de sus extremos una camiseta de Amon Amarth (un grupo de Death Metal que nos pone cachondos). ¡¡¡Qué brutalidad!!!, ¡¡¡qué paganismo!!! Lo gracioso era cada vez que nos cruzábamos con un peke-peke cargado de indígenas, que se quedaban flipando porque íbamos en una balsa cuatro kostras tan felices ondeando nuestra bandera de Amon Amarth, jajaja. Además, Juan nos comentó antes de salir que éramos los primeros que bajábamos ese río en balsa. Joder, rompiendo records.
El descenso en balsa fue uno de los grandes momentos del viaje, digno para ser recordado eternamente. Sentir cómo la fuerza del Ampiyacu te lleva sobre sus aguas alegremente, con calma y sin prisa, fue inédito. Sentíamos una tremenda unión al haber logrado conjuntamente construir algo que era vital para nuestra supervivencia. Fue una experiencia única escuchar el silencio, a veces interrumpido por el bello cantar de los papagayos, monos y carpinteros... en fin, IMPRESIONANTE. Una hazaña más, propia de los KOSTRAS.
Después de tres horas y media bajando el río sobre nuestra balsa, llegamos a Pucaurquillo. Es un pueblo grande en el cual, la mitad de la población son de etnia Bóóráá y la otra mitad de etnia Huitoto. El embarcadero (donde aparcaríamos la balsa) estaba en una quebrada a la que tuvimos que entrar remando costosamente, (con unos palos sin pala) ya que la corriente nos llevaba tan rápido que casi consiguió que nos pasásemos de largo.
Aparcamos la barca en la orilla y subimos al pueblo. Allí nos invitó Mariano a dormir en su casa, que era el cuñado de nuestro querido Juan. Nos pusimos gustosamente ropa seca y fuimos a conocer a la "presi" del pueblo (Katia), pero sólo era la presi de la población Bóóráá, el/la de los Huitoto sería otro/a. Nos recibió muy bien aunque inmersos en un ambiente un tanto hostil, pues coincidimos con una pelea que se disputaba entre los jugadores de dos equipos de fútbol. Y es que este pueblo estaba en fiestas. Ponen música, todo el mundo va pedo, y se celebra todos los años un campeonato de fútbol además de otras cosas.
Nos pusimos hasta el culo a cenar (arroz, espaguetis, pollo, galletas, caramelos...), ya que llevábamos unos quince o dieciséis días comiendo poquísimo. Los tres estábamos flacos y barbudos, y Antonio tenía ya cuatro rastas asquerosas que se lo iban comiendo poco a poco, jajaja.
Con la barriga llena, dimos un paseo y nos bebimos unas birras, momento en el cual, Ricardo reconoció nuestra ruda resistencia. Nos dijo: "intenté haceros llorar del sufrimiento y del cansancio cuando construíamos la balsa, pero ¡¡joder!!, sois tres tipos duros". Y es que trabajar tan duramente y sin haber comido un sólo bocado, fue bastante sufrido. Pero a eso fuimos,... a sobrevivir, y eso conlleva sufrir de vez en cuando, si no habríamos ido a un hotel, ¿no?...jajaja. Sufrimos y mucho, pero la satisfacción que nos recorrió la espina dorsal cuando vimos construida por fin la balsa, no os lo podéis imaginar.
30/08/09
Nos despertó un puto gallo cansino a las 3:30 a.m. pero seguimos intentando sobar hasta las 7 ó así. ¡Coño!, ¿no hacían el kikiriki cuando amanece?, estos gallos están desfasaos.
Para nuestra sorpresa, Ricardo no estaba en su hamaca así que pensamos: "se habrá ido a dar una vuelta bien tempranito". Ni idea. Total, que nos fuimos nosotros a despejarnos por el pueblo y desayunamos una sopa en un sitio. Tony prefirió galletas, que parece "el monstruo de las galletas". Mientras, estuvimos enseñando a sumar a un niño, que el kabroncete era un poco zoquete. Se puso a llover a mares, así que seguimos ahí sentados un rato. A todo esto, seguíamos preguntándonos dónde se habría metido Ricardo, hasta que nos encontramos con Juan (una sorpresa porque dijimos que ya nos veríamos en Pevas, pero no sé, tendría ganas de fiesta y por eso se vino a Pucaurquillo, jeje). Nos dijo que Ricardo estaba durmiendo en la barra de un bar, jajaja. El kabronazo salió por la noche (no se podría dormir) y se fue a un bareto a inflarse a cervezas. El pobre Juan estaba impaciente, porque Ricardo tenía que pagarle por habernos acompañado durante la aventura, y en vez de eso, estaba to jamao.
Fuimos a despertarle para que se reuniera con Juan, que ya nos estaba pareciendo un canteo, y cuando llegamos al bar, estaba el puto pedolfas ligando con la camarera, que era gordísima y horrenda. La mujer estaba hasta el coño de él, nos miraba pidiendo ayuda con la mirada, jajaja.
Lo típico, le dijimos a Ricardo que teníamos que irnos y eso. Hizo caso pero se paraba por el camino a hablar con to cristo y además, todo el mundo iba pedo, así que en todas las conversaciones que tenía con la gente saltaban chispas. Lo único que hacían era amenazarse sin sentido, por ningún motivo, sin más... jajaja, estos peruanos no saben beber.
Cuando estos borrachuzos del pueblo hablaban con nosotros tres nos pedían dinero. Como si nos saliera por las orejas, pero claro,... como somos turistas... ¿no te jode?
Un tío llegó a decirle a Tony: "tú ahora estás en Perú, en mi patria, así que tu dinero me pertenece", pero qué tío jeta, jajajajajaja. Luego tuvimos una conversación con otros dos borrachos que decían que eran profesores de no se qué. Decían que los españoles somos unos maricones y unos ladrones. Tony se puso rojo de furia y le dejó las cosas bien claras. Estábamos hasta el nabo de este puto pueblucho de pedolfas (que también hay que comprender que estaban en fiestas).
Llegamos a la casa donde nos hospedamos para preparar los macutos e irnos de este maldito pueblo infernal, pero como kostras que somos,... la marcha siempre puede esperar porque nos tomamos la vida con suma tranquilidad, así que nos dejaron una guitarra y empezamos a cantar los tres tumbados en las hamacas. Ricardo aprovechó para escabullirse cual aguililla y se fue otra vez a brasear a la camarera horrenda de antes. Ya pasamos de ir a buscarle. Pasaron dos o tres horas y Luis estaba ya hasta cnsado de escuchar tanta guitarrita, quería irse YA, todos queríamos irnos en realidad. Al fin vino Ricardo, pero estaba tan resacoso que se quedó sobao en el suelo de la casa, y ale, a esperar a que durmiese un poco el nene borracho. Vaya guía más impresentable y más kostra... bah, ¡qúe coño!, era el mejor. Hemos contratado a un guía que es un pedolfas cachondo. La verdad es que nos llevábamos genial con él.
Mientras tanto Juan, cansado de esperar a que Ricardo se dejase de gilipolleces y le pagase de una vez, se fue a Pevas en peke-peke y volvió a las tres horas para despedirse de nosotros (no sin antes cobrar) porque resultó que el chamán con el que íbamos a tomar la ayahuasca estaba en un pueblo de Brasil curando a un tío, así que ya la tomaríamos en otro lado y con otro chamán. Una vez que cobró Juan, (que se fueron Ricardo y él todo sospechosos por ahí lejos) nos despedimos apenados y le regalamos un puñal, una hamaca, sal que nos sobró y algunas cosas más.
Al fin, montamos sobre nuestra balsa ante las atónitas miradas de todo el pueblo y tomamos rumbo Pevas río abajo, nuestro siguiente destino. Por el camino, grabamos haciendo el idiota "Run to the Hills" de Iron Maiden en el Ampiyacu, afluente del Amazonas, y sobre una balsa construida por nosotros... un momento inolvidable...no hay palabras... ¡¡¡LA REOSTIA!!! (vídeo que podéis ver al principio del blog). También LA REOSTIA, jajaja.
Llegamos a Pevas y apacarcamos sin mucho esfuerzo. Dejamos ahí mismo la balsa porque ya no la usaríamos más y prometimos regalársela al que nos acogió en la casa de Pucaurquillo (Mariano), que tendría que darse prisa, si no se la llevaría alguien antes.
Cenamos y nos hospedamos en una posada que era una kostra pero que molaba un huevo (Posada Rodríguez). Jugamos a un golpe sentados en una mesa y luego Ricardo se fue a dormir (aun estaba resacoso el perruno) pero nosotros tres nos quedamos tocando y cantando con una guitarra que nos dejo uno de la posada, las canciones típicas españolas; "Macarena", "Cuando un amigo se va", "A bailar", "Mi carro", "Borriquito como tú", "El Venao", jajaja, que risa tía Felisa. Luego fuimos a cenar por segunda vez pero ya estaba todo chapao, así que nos fuimos a sobar, por fin en cómodas camas (no tenían nada de cómodas).
31/08/09
Aunque no eran las mejores camas del mundo, esa noche descansamos bastante bien el la posada Rodríguez. Cogimos los macutos y nos dirigimos al puerto donde pillaríamos el barco a Iquitos, que salía a las 8 a.m., no sin antes desayunar como muertos de hambre.
Llegó el barco y al aparcar se estrelló contra nuestra querida balsa, que dejamos en el puerto ayer. Al subir al barco empezamos a maldecir al capitán por su terrible atrocidad. Era nuestra balsa ¡joder!, pero suspiramos de alivio cuando al salir, vimos que sólo estaba hundida por un lado y no llegó a romperse. La construimos resistente, tanto que ni siquiera un barco de cientos de toneladas pudo con ella... ¿qué esperaban?...es una balsa kostra, y por lo tanto, no es fácil de derrotar o destruir, es más, es IMPOSIBLE.
Empezamos a vociferar como energúmenos a la gente del puerto: "¡¡cuidad nuestra balsa!!", jajaja.
Pusimos las hamacas en el piso de arriba y esperamos a llegar a Iquitos jugando al "golpe" y comiendo a todas horas. Una tremenda tormenta nos iba persiguiendo, formándose enormes cúmulo-nimbos a nuestro alrededor. Vimos el atardecer, precioso sobre el dosel de la selva. El fulgor del enorme sol naranja se reflejaba suavemente sobre las tranquilas aguas del gran río, el gran Amazonas. Una imagen para el recuerdo, sin duda.
Luego, cada miembro de la tripulación nos informaba de una hora de llegada diferente, así que no les hicimos ni puto caso. Ya llegaríamos cuando fuese, no teníamos prisa.
Nos dormimos hasta que llegamos a Iquitos sobre las 3 a.m. Nunguno tuvo razón al final sobre la hora de llegada, jajaja. Bajamos del barco y cogimos un par de motocarros para ir los cuatro a la casa donde vive Ricardo en un barrio alejado llamado Santa Clara. Estaba a tomar por el culo. Llegamos, nos instalamos y a sobar. Podríamos dormir hasta la hora que nos diera la gana porque ya eran las 4:40 a.m. aunque no dormimos mucho porque estaban los cansinos gallos dando por culo.